Marruecos, abanico de sensaciones (3)

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El atardecer en las dunas

La más espléndida de las dunas, aupada ya en su cenit la singladura, me acoge como a tantos compañeros de viaje y asiento con timidez a su bienvenida. Naturaleza referida como áspera y hostil, la reconozco vibrante y solidaria, sencilla y sublime, todo en un mismo ser. Embebo mis pies en la arena y me sorprende su textura, la fina candidez de su tacto, la extraordinaria sensibilidad de su temperatura, la hermosura inquietante de su caer deshilachado.

El sol es apenas un punto de pausada inquietud que pasa de símbolo a luz adormecida. Y ese horizonte me conmueve. Parece vano pero hay un esfuerzo común por recobrar la hora, por recuperar y enhebrar las mismas sensaciones de un año atrás, por alcanzar la esencia misma de ese segundo pretendido en el que el sol entra a diario en su ocaso.

No cejo en el esfuerzo de vivirlo todo en su más alta intensidad. Cada instante será único en el recuerdo y me resisto a pasarlo. Lejos de sentir nostalgia de la luz, me sumerjo en estas sombras que ocultan poco a poco la vida y atraen, a su vez, nuevas miradas, profundas, corpóreas y encontradas. Y se hace el silencio. Alrededor, la naturaleza reina una vez más; se deja sentir, armónica y profundamente inescrutable. Concentrada en esa última sensación de inmensidad, en esa ingrávida nostalgia, reemprendo la bajada, me convierto con ello y también en un punto en la distancia.

Solo digo “hasta luego”

El grupo dice adiós a su cita anual. El necesario grupo, el que protege, anima, acapara la atención y enciende y equilibra voluntades se despide con pena de su aventura. Nada sería igual sin sus familiares voces en los walkies; sin los límpidos identificadores que se expresan, como nosotros, a su aire; sin las risas genuinas que provoca el reencuentro. Nada sería igual sin la voluntad de converger, la virtud de construir y la nostalgia del último día en las miradas.

Voces impersonales de nuevo en el altavoz. Un revolver hiriente de la memoria, el mismo lugar, la misma sala de embarque, la misma sensación de pérdida y de dejar atrás para recobrar la suave plenitud de la nostalgia y enredarla, si es posible, en el día por venir. Confusión de lenguas, las imprecisas y las aprendidas, las de la memoria y las inaprensibles. Dejo atrás este auténtico oasis, abordado a través y solo a través del inequívoco rótulo ya familiar: Aeroport Marrakech Menara. Y la puerta se queda atrás, abierta una vez más.

Ángeles Jiménez

Publicado por primera vez 31/1/2012

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