Siempre me he preguntado qué nos lleva al deporte, qué nos mantiene en la lucha y esa ansiedad ambivalente por saltar al campo o empuñar una raqueta. La complejidad de la búsqueda de respuestas es tal que basta con apuntar unos cuantos factores para entender que la investigación está apenas en los albores. La edad de iniciación y de práctica, el sexo, si se trata de deporte individual o de equipo, el nivel de práctica, si ésta es por afición o profesión y, uno crucial, el tipo de deporte escogido, son algunos de los básicos. Pero, por encima de todos, está el de mayor complejidad, que es el propio ser humano.
La psicología del deporte se nutre de los conocimientos básicos de la psicología, las técnicas de modificación de conducta de la psicología clínica y el estudio del comportamiento de los grupos que incumbe a la psicología social. Es una especialidad muy joven, casi tanto como los propios deportistas a los que ayuda, pero cada vez es motivo de más y mejores trabajos basados en una experimentación científica rigurosa.
Sabemos que las personas se implican en las actividades por razones muy diferentes. Existe motivación intrínseca cuando el deportista se adhiere a la actividad por el placer y la satisfacción derivada de la actividad en sí misma. En el lado opuesto, la motivación extrínseca empuja a conductas enfocadas a alcanzar una recompensa material o social. Alejada de ambas posibilidades, una persona “amotivada” es la que no percibe relación alguna entre sus acciones y los resultados alcanzados, de ahí que le duren poco las razones para practicar el deporte elegido y abandone pronto.
La conducta motivada intrínsecamente se asocia a la satisfacción de tres necesidades psicológicas. La primera es la necesidad de percibir que la conducta es una elección libre y se denomina de autonomía. La segunda es la necesidad de competencia, que insta a interaccionar efectivamente con el entorno social. Por último, la necesidad de vinculación implica el deseo de sentirse conectado a otros individuos.
La motivación extrínseca es muy compleja y de distintos tipos. Los principales dan lugar a conductas del deportista porque: estén acordes e integradas dentro de su propio sistema de valores; los resultados puedan resultarle personalmente significativos, incluso sin disfrutar de la actividad en sí; estén totalmente controladas por fuentes externas mediante sistemas de recompensas.
En una investigación publicada en la revista Athletic Insigh (1) se refieren datos que diferencian algunas de las motivaciones de hombres y mujeres deportistas. Los resultados revelaron que los varones se consideran más competentes, con más autoconfianza, que las féminas. Los propios autores (hombre y mujer también) aventuran como posible explicación que los varones son más presumidos y que piensan a priori que lo van a hacer mejor de lo que posteriormente lo hacen. Otro dato destacable es que las mujeres, en mayor medida que los hombres, participan en el deporte por el placer de la actividad en sí misma más que por motivaciones extrínsecas.
Gracias a esta investigación, y aunque sin diferenciación de género, sabemos también que a medida que se hace más alto el nivel competitivo disminuye la motivación interna pasando a ser mayor la externa, relacionada con las recompensas a obtener, al tiempo que el deportista pierde sensación de autonomía.
Pero estos hallazgos son apenas algunas respuestas para las muchas preguntas que los investigadores en psicología del deporte tienen por delante.
Angeles Jiménez
1.Gillet N, & Rosnet E. (2008). Basic need satisfaction and motivation in sport. Athletic Insight. Vol 10, Issue 3.
Publicado por primera vez 20/11/2009