Aquella no era, en principio, mi Mesa preferida. Pero caí en ella por casualidad; la mañana empezaba, o más bien se desperezaba, allí, en un salón de actos que iba llenándose sin demasiada prisa de asistentes del género femenino casi en exclusiva. La Feria Internacional de Empresas de Mujeres, denominada Generadora de Lazos, organizada por Andalucía Emprende, la Fundación Pública Andaluza y el Instituto Andaluz de la Mujer y dedicada a potenciar la relación, la formación y el apoyo entre mujeres emprendedoras y empresarias, llegaba a su segundo y último día de trabajo en la edición de 2010.
Y sí, tal y como parecía inevitable, las experiencias profesionales, contadas a modo de presentación formal o informal, de cuatro grandes pero humildes mujeres fueron captando mi atención y despertando más y más mi admiración. La última de las ponentes de la Mesa era Rachida, empresaria marroquí especializada en importación y exportación.
Ella nos contó las dificultades y caminos imposibles que una mujer se encontraba pocos años atrás, en Marruecos, si se cruzaba por su cabeza la locura de plantearse abrir su propia empresa. Poco cambiaba si, como en ella, licenciada en Económicas por la Universidad de Granada, la idea se sustentaba en sólidos conocimientos académicos y una férrea voluntad. Era mujer, y eso era más que suficiente para que las puertas estuvieran cerradas a cal y canto para cualquier iniciativa en solitario.
Como tantas veces ocurre cuando ponentes y asistentes son mayoritariamente mujeres, el transcurrir de las charlas incluía ironía, confidencias, autocríticas y muchos puntos de sinceridad y cercanía. En línea con sus predecesoras, las primeras palabras de Rachida fueron también tan espontáneas y poco sospechosas de engreimiento como esas: “Cada noche, cuando llego a casa, me digo a mí misma que lo dejo”. Sé que muchas asentimos sin querer. La frase, tan inocente como espontánea, recogía como pocas el sentir de una gran parte de las mujeres emprendedoras que allí nos reuníamos. La pared vertical enfrente es, muchas veces, muy muy alta, y todas, expectantes ya, lo sabíamos.
¿Y el miedo?
Las mujeres somos poco dadas a frases rotundas, escritas en rojo, negrita, subrayado y a tamaño 92. Al contrario, solemos expresar nuestras ideas con un tono suave y una nítida sencillez. Forma parte de nuestro estilo de trabajo efectivo y escasamente voceado.
Así ocurrió también cuando, en otra de las conferencias y en un ejemplo más de sensatez, una empresaria granadina hizo una pregunta digna también de enmarcar. Sin más adornos introductorios, se levantó y dijo con escueta sencillez: “Y vosotras, ¿qué hacéis con el miedo?”. Los segundos de silencio expectante que siguieron a la pregunta confirmaban la certera diana que la frase había hecho. La respuesta, que vino por fin tras unas cuantas miradas de “¿tú o yo?” entre las ponentes, también nos hizo asentir a las demás: “Yo también me acuesto y me levanto con él todos los días”.
Ambos planteamientos: no puedo más con las dificultades, lo dejo, y convivir con el miedo al riesgo en la aventura empresarial sin el paracaídas de una tarjeta de empresa reconocida detrás, son situaciones muy comunes en las/los emprendedoras/es. Pero quizá la diferencia entre hombres y mujeres en esa situación es que nosotras exteriorizamos las dudas sin rubor, verbalizándolas sin cortapisas si el foro es propicio, y eso parece verdaderamente fácil cuando somos mayoritariamente mujeres. ¿Qué misterio hay en ello? Nuestra forma de enfrentar las situaciones nos hace tener más presentes todos y cada de los frentes siendo menos dadas al comportamiento y las decisiones por impulso. Eso está demostrado, no estoy inventando por defensa de mi género.
Sé que a nadie le resulta fácil cumplir los objetivos personales y profesionales que todos nos planteamos en la vida. Sé que los momentos de gloria son pocos comparados con los momentos en los que tiraríamos la toalla y saldríamos corriendo. Pero es que, en realidad, ¿a dónde ir?
Quizá en la propia pregunta esté también la respuesta a por qué seguimos: porque entre todos los caminos posibles, y el corazón lo sabe siempre, solo uno es el adecuado. Y ahí seguiremos.
Angeles Jiménez
Publicado por primera vez 1/2011