La amenaza suena a seria imposición, y más cuando ya has leído frases semejantes una y mil veces. La pantalla se torna esquiva; aquella página que creías poseer en concentrada actitud se difumina en el más allá, ajena al impulso moribundo de la idea que, pasando incierta por la mente, termina escabechada en las lagunas de la memoria.
“Norton 360. La actualización está lista para ser instalada”. ¡Ya estamos con los acertijos! Y tú, reflexiva, pragmática y concentrada aplicas las neuronas a resolver el penúltimo comecocos que te propone el todopoderoso ordenador. ¿360? ¿Y qué hago? ¿Confirmo? Pero, a ver, ¿qué es lo que me propone? ¿No tenía yo “eso” actualizado ya? ¿O es otra cosa? Y si confirmo, ¿cuánto tiempo me va a llevar? Pero, y si no confirmo, ¿qué me pasará si lo cierro sin más? Es que… si le digo que sí, ¿qué hago con lo tengo en marcha?… La margarita cae deshojada en el mismo tiempo record que todas las posibles respuestas aparecen en pantalla: “Recordar más tarde”, “Cerrar”, “Instalar”. Esto es, sigue sin haber escapatoria, solo me queda decidir; estamos en las mismas.
De nada te servirán las prisas, ni que los tiempos sean finitos. De nada te servirá la búsqueda alocada de salidas al pulso voluntario, cualquiera que sea la confirmación elegida. Es así y no hay más, paciencia y mucha atención por si, encima, acabas por pifiarla. Prepárate a aceptar la imposición y responder con mansedumbre a esta maldita razón pura que las máquinas propician con la tiranía inerte de la ausencia de sentimientos a los que apelar.
Abandonada y resignada por fin a la suerte, nada tan alentador como la frase de “Este proceso llevará algunos minutos”. ¿Y ese “algunos”…? ¿Significará acaso que me dará tiempo a prepararme un café? ¿O, como suele, me pedirá confirmación entre cada una de las fases? Sí, seguramente tendré que buscar la taza y dar el primer “acepto”, poner el café y dar el segundo, echar la leche y pulsar el tercero, y así sucesivamente hasta que el programa y mi afición al café se sincronicen.
Es muy posible que para los no incondicionales de la informática, que sin ser raza aparte todavía somos y siempre seremos millones, la frase mejor comprendida y más rápidamente aceptada sea la de “Instalación correcta”. La respiración retorna a sincrónica cuando la temida pérdida de orden y documentos no se confirma y hacen aparición de nuevo las tan deseadas y casi olvidadas ventanas de trabajo.
Pero nunca habrá paz para los ignorantes en informática, es irremediable; la dicha apenas da para un agónico suspirín. Esbozada la calma, surge de las profundidades el último de los decretos ley: “Reinice el ordenador”. Y ese el momento en que, por fin, reconozco que la máquina se apodera de mí, de mi iniciativa, de mi voluntad,… y de mi paciencia.
Angeles Jiménez
Publicado por primera vez 29/9/2011