Querencia y efectividad no son lo mismo. Como no lo son obligación y devoción. Pero es habitual que confundan éstas quienes con cinismo mantenido se empeñan en amalgamar aquéllas. Pero algunos saben que les va en ello la supervivencia y consiguen permanecer anónimos en el juego.
La costumbre es un grado que ha terminado por entreverar de corrupción las grandes ocasiones, y todo, supuestamente, en pro del beneficio comunal. Pero el hábito no consigue ahuyentar la niebla artificial que se cierne como pertinaz sombra. A través de las imágenes de los medios atisbo caras conocidas y las supongo ahí cargadas de razonamientos crípticos. Intuyo excusas múltiples que justifican ausencias al deber diario, recorridos milquilométricos, estancias holgadas y bandejas bien surtidas. ¡Viva el jolgorio!, exclama uno, y el coro de mantenidos repite como una sola voz: ¡Que viva!
Si esto fuera apenas un hecho puntual la decisión final sobre la Olimpiada 2020 pondría un sobrio colofón a estas breves líneas, pero no es así. Este caso no es más que uno entre otros n-mil y al que me asomo un día más con indignación.
En un universo voluntariamente contaminado de mensajes arrebatados acerca de la austeridad como ideología (por más que el sentido común desmienta una y otra vez con datos fehacientes el valor siquiera mínimo de esta estrategia), no debería caber tanto dispendio, no solo permitido, sino además abanderado por las administraciones públicas.
A mis pupilas incrédulas llegan -cual hirientes golpes de gladio y no menos- los semblantes gozosos de ministros, ministrables, alcaldesas y alcaldes, esbirros de alcaldesas, guardasombras de alcaldes, empresarios relamidos, periodistas jocosos y, por fin, deportistas de élite, los únicos con auténtico papel en la celebración. Leo con estupor que este “envío”, que es el segundo y no el último, se compone de 180 personas. Entiendo que el dispendio sale en proporción infinita de los erarios públicos, y seguramente he deducido bien.
Algún fiel servidor del rebaño me dirá que es una inversión necesaria para conseguir los Juegos. A él y a otros más que siquiera lo piensen les remito a buscar en cualquier diccionario de economía la diferencia entre inversión y gasto. Cuidar y becar a los deportistas que lo merecen, educar a los niños y a los jóvenes en los valores y en la práctica deportiva, trabajar por la salud y la educación pública o apoyar la investigación son decididamente inversiones. Defender la candidatura de Madrid con personas que ni hablan inglés ni saben qué responder a las preguntas oficiales, o llenar los aviones y los salones de recepción de estómagos agradecidos, como ocurre en tantas otras ocasiones, es, simplemente, un despilfarro del dinero público. Otro más.
Ángeles Jiménez
Publicado 6/9/2013