La historia de los tres sobres. Mi amigo Wagih y sus discretos e inteligentes relatos; mi añorado Wagih y su descripción práctica y visual de los avatares de la vida. Esta es la segunda de sus historias metafóricas; cada cosa tiene su momento, y a ésta también le ha llegado el suyo.
Tras años de bregar en el duro mundo profesional, un ejecutivo llega a una determinada empresa para hacerse cargo de un gran puesto, ése que por fin le permitirá convertirse en la estrella que soñó mientras, de paso, espera que su cuenta bancaria comience a engrosar con bastantes menos dificultades que en los tiempos que cree haber dejado atrás para siempre.
Al llegar por primera vez a su despacho descubre que alguien ha dejado sobre la mesa tres sobres. Entre sorprendido e intrigado, echa un vistazo breve a su exterior y solo dedica un mínimo de atención consciente a la aparentemente tranquilizadora frase del primero de ellos: “Si las cosas te van mal, abre este sobre”. Aturdido por la novedad y las alegrías de la nueva responsabilidad decide guardar los sobres hasta que pueda tener el reposo y las ganas de saciar su curiosidad abriéndolos.
Pasan unas semanas y las cosas efectivamente no van bien. La memoria, ese trocito de cerebro tantas veces traicionero, le trae a la consciencia la existencia recóndita de los sobres misteriosos. Decidido a aprovechar la posible sabiduría que esconden, rescata del último cajón el numerado con el uno y lo desgarra con gesto decidido. El mensaje que contiene no puede ser más simple: “Echa la culpa a tus antecesores”.
Dicho y hecho. Nada más socorrido que tener un chivo expiatorio que ya no tiene siquiera la posibilidad de defenderse ni rebatir las culpas ante nadie. A partir de ese momento dedica todos sus esfuerzos a describir los muchos males consecuentes a la mala gestión anterior, esos de los que, afirma rotundo, no es culpable pero sí padece.
Sin embargo, pasa el tiempo y las cosas siguen sin mejorar, las previsiones se presentan poco esperanzadoras y el futuro sigue sin pasar del gris. Nuestro flamante director recuerda de nuevo la existencia de los sobres y lo que el segundo de ellos aventuraba en su exterior: “Si las cosas te siguen yendo mal, abre este segundo sobre”.
No pierde ni un minuto en rebuscar en los cajones hasta dar con él. Impaciente, introduce el abrecartas en el sobre y lo rasga con un gesto entre nervioso y tenso. Ávido de soluciones, lee con lógica soltura el mensaje que guardaba. “Echa la culpa a tus subordinados”. Y piensa con rapidez: “Pues, claro, si es verdad que son unos inútiles. ¿Cómo no me he dado cuenta antes?”. Fiel al consejo, nuestro preocupado ejecutivo comienza una campaña de acoso y derribo de sus colaboradores, obsesionado con el torpe intento dar una explicación y encontrar una salida rápida al desastre.
Pero, ni por esas, la situación sigue muy oscura, y cada vez más. El negocio sigue yendo mal y, desesperado, acude de nuevo a los sobres buscando un mínimo refugio y una ansiada salida a sus angustias. Aunque agobiado por el momento, no deja de sorprenderle la extraordinaria previsión de quien le dejó los sobres. “Si las cosas continúan yéndote mal, abre este sobre”, reza el tercero y último. Contiene la respiración mientras los dedos se abren paso por una de sus esquinas. Pero el mensaje que encuentra, lejos de tranquilizarle, ejerce como un mazazo de 200 toneladas sobre su cabeza: “Prepara tres sobres”.
Esta es mi reflexión electoral. Y la siguiente, que es necesario innovar, reiniciar y cambiar radicalmente el sistema.
Angeles Jiménez
Publicado por primera vez 20/11/2011