Me gustaría saber cuántos son tan valientes, cuántos tan desprendidos como para hacer sombra a las 400 personas que están dejándose la vida en la central nuclear de Fukushima, en el intento de evitar que los reactores siembren de destrucción irreparable cientos de Km de vida. Me gustaría ver por un agujerito a todos aquellos que tan alegremente han defendido y mantienen la insensatez de abogar por la energía nuclear, ¿asomarían la nariz a menos de 30 Km. de la central? Francamente, no lo creo. Ahora, precisamente ahora, que es tan fácil demostrar con hechos la bravura de esos pechos otrora enardecidos, es una pena que una afonía de origen conocido haya dejado a muchos tan sospechosamente mudos.
Nos llaman utópicos. Sí, es muy habitual oír eso de: “los ecologistas sois unos utópicos”. Y, sí, parece una utopía querer que el ser humano deje de agredir al planeta que le acoge; se reviste de utopía ignorar que siempre la naturaleza reclama su sitio y que nada podemos hacer cuando se siente maltratada y menospreciada; quieren vendernos que es una utopía la certeza de saber que solo tenemos un planeta y un tiempo, y que en todo ello todos estamos de paso.
Está demostrado que la capacidad para aplicar la inteligencia es consustancial en la especie humana. Pero también está hartamente evidenciada la libertad con que el hombre utiliza la memoria y la ética. Formamos un colectivo que es capaz de comunicarse a miles de kilómetros de distancia en apenas segundos y, también, de ser totalmente ciegos a la destrucción que causa a veces tanto desarrollo técnico; de procesar terabytes de información y desconocer el nombre de la persona que día a día conduce nuestro autobús; de llegar a otros planetas y ser incapaces para erradicar el hambre de un número vergonzosamente creciente de personas; de poder eliminar de un plumazo a millones de organismos y tener la desfachatez de justificar ese riesgo por el beneficio de las grandes empresas, que no de las grandes causas, y la supuesta calidad de vida.
Parece como si nada importara si no nos ocurre a nosotros. Pero no podemos renunciar al principio de la solidaridad, debe existir y no como una palabra vacía o lacrimosa, sino como una suma de sentimientos y, por fin, de hechos. El debate es muy amplio. Se habla de la economía, se manejan datos de energía y se confía el convencimiento a la frialdad de los números. Los unos y los otros, científicos nucleares, economistas y políticos (los de a pié, claramente, no contamos), dicen tener los datos a favor, pero lo cierto es que las centrales nucleares de tanto en tanto, a su ritmo y por la contundencia de la probabilidad, provocan muerte y destrucción, y, lo peor es que esa destrucción es para muchos siglos.
El futuro
Siempre ha resultado incomprensible que los intereses particulares dirigieran y lo sigan haciendo la investigación energética. Todos sabemos que detrás hay manos avariciosas y sin escrúpulos cuyo único objetivo, como siempre, es acumular dinero en los bancos de sus amigos y que nada quieren saber de la trascendencia de palabras como contaminación, naturaleza muerta y futuro incierto. Lo único que les importa es el hoy y el yo. Me pregunto si piensan alguna vez en sus hijos y en los hijos de sus hijos.
Tenedlo presente, tratarán de que lo olvidemos. Borrarán de la historia las páginas de este desastre nuclear (que, confiemos por el bien de todos que no resulte tan terrible como amenaza), buscarán excusas para justificar que el cálculo de probabilidades no otorgaba oportunidades suficientes a lo sucedido. Pero de hecho, de nuevo, es así. La milésima probabilidad de catástrofe, tan solo por el hecho de existir, se confirma.
La pregunta ahora es si seremos capaces de ser consecuentes, si el aprendizaje servirá de impulso social y político (¡qué lástima, necesitarles!) de esas hermosísimas energías eólicas, fotovoltaicas, geotérmicas,… pero también, seamos honrados y sinceros, es imprescindible la concienciación sobre la necesidad de hacer un uso responsable y comedido de la energía, cualquiera que sea el precio. Y eso también es educar para la ciudadanía.
Angeles Jiménez
Publicado por primera vez 28/2/2011