La historia se repite. Una y mil veces se escuchan los mismos relatos, las mismas descripciones de procesos incoherentes y recurrentemente zafios. Replicar la sinrazón de la supuesta razón de las organizaciones no es valor añadido, es, al final, la historia de un valor, uno más, temporalmente derrotado.
Una buena amiga ha tenido que dejar su trabajo. Tras unos últimos años de incomprensión y de ser testigo de la incompetencia manifiesta de los mandos, la secuencia inagotable se ha vuelto a repetir. Importa y mucho que escriba el nombre de María (nombre supuesto) como ejemplo, de la misma forma que antes importó que sus nombres fueran Antonio, Pedro, Concha o tantos otros; nunca personajes anónimos de ficción sino amigos y buenos, personas inteligentes y emocionalmente vivas que terminaron por sucumbir ante situaciones de total primitivismo.
En definitiva, a todos nos resulta poco singular la circunstancia y, a pesar de ello, nunca deja de arrancar un impulso de genuina indignación ejemplarizada y tangible. ¡Qué maldita repetición la incompetencia de los mandos! ¡Qué sórdida experiencia la supervivencia de los inoperativos sin otra utilidad para el sistema que la obediencia a la maquinaria caduca y oxidada, embebida de su propia toxicidad!
Aquella cadena
La memoria se nutre de recuerdos, imágenes nunca vacías de sentimientos, de vivencias personales circunscritas a un sin fin de querencias y sinsabores. Y en mi memoria sobresalen las palabras de Waghi, buen amigo, mejor (si acaso fue posible) pensador: reflexivo y explícito según la circunstancia, sencillo y sublime siempre.
“¿Sabes?”, empezó Waghi un curioso y oportuno relato, “las empresas son como una cadena que cuelga en vertical, con una parte superior y muchos eslabones que se suceden acoplados con precisión”. Y después continuó explicándome que todo discurre en armonía mientras cada eslabón cumple las funciones establecidas por esa cabeza anónima, para que así ésta se sienta cómoda y protegida en su poder aparentemente magnánimo y comprensivo. “Pero no te equivoques”, prosiguió, “la historia real de la cadena empieza cuando algún eslabón pretende destacar, aportar inteligencia o promover cambios a esta tranquila senectud. En la gran mayoría de las ocasiones, el eslabón termina por ser un foco de rebeldía a extinguir y, normalmente, a apartar definitivamente para que todo pueda seguir igual”.
El inútil intento de argumentar con ejemplos las evidencias de tantos casos sorprendentes zanjó poco a poco aquel tema de conversación. Aún recuerdo esa media sonrisa de comprensión de mi buen amigo al reafirmarse: “Tú también lo intentaste, pero no podía funcionar y por eso estás fuera. Mentalízate, el final no podía ser de otro modo: molestabas sin más”.
Han pasado 14 años de aquellos minutos compartidos y he conocido muchas empresas más, otros casos de amigos (o no amigos pero profesionales magníficos) sacrificados en el altar de la incompetencia de las organizaciones, independientemente de su tamaño y sector; la epidemia está muy extendida y nadie tiene interés en investigar vacunas eficaces y expeditivas.
Aun conociendo las bases teóricas de la estructura y funcionamiento de las organizaciones, no puedo dejar de preguntarme por qué nadie es capaz de reconocer públicamente lo que es evidencia de general conocimiento en muchas de ellas: jefes incompetentes, estructuras fosilizadas cuando no corruptas, descarados “pelotas” encumbrados, talentos profesionales y humanos desaprovechados,… Parece como si el misterio de la supervivencia en las organizaciones de este pelaje pasara por la capacidad adivinatoria del origen y la fuerza del viento para aliarse con él y que nada cambie. Y es cierto que los eslabones están en general cuidadosamente escogidos para que nadie de salga del molde, nadie promueva revoluciones y, en los tiempos que corren más que nunca, las hormigas sean ciegas y mudas.
No deja de ser curioso que quien más argumenta sobre la necesidad de aprovechar el talento menos lo practica. Por eso es tiempo de escribir nuevas historias, los hábitos organizativos actuales ya han demostrado hacia dónde conducen: empobrecimiento y muerte por inanición. Por eso y por honestidad no nos rendiremos. Nosotros, eslabones con sed insaciable de aventura, no claudicaremos ante los opresores, ¿verdad, amigos?
Angeles Jiménez
Publicado por primera vez 18/8/2011
Comentarios:
Antonio, 28/8/2011… Pero no perdido
Bueno, ya que de eslabones estamos hablando, quizás no venga mal recordar qué determina la fuerza de una cadena: La resistencia de su eslabón más débil.
Curiosa y contrariamente a esa realidad, los eslabones apartados de los que nos habla Angeles no son precisamente los más débiles, sino aquellos que por su fortaleza (inteligencia, sensatez, profesionalidad, etc.) son claramente incómodos para el sistema, cuando no tildados públicamente de traidores para los intereses de la entidad, empresa u organización donde trabajan y en la que a más corto que mediano plazo, dejarán de trabajar.
Si la pérdida del puesto de trabajo es un gran disgusto siempre, no digamos en las actuales circunstancias del mercado y si además como podemos intuir, ha sido precedido por un proceso de acoso, desacreditación, luz de gas, etc.
No obstante, después del traumatismo producido –como en cualquier otro golpe- la autoridad moral de estas personas ha sido suficiente para que en un corto plazo de tiempo resplandezcan nuevamente y como en aquel viejo cuento hindú dijeran “será para bien”.