Las ocho en punto. La luminosidad de la piscina es una novedad casi hiriente tras la negrura de tantas noches invernales. María apenas repara en las figuras ingrávidas que avanzan ajenas a las miradas de quienes minutos después seguirán surcando las mismas calles, repitiendo los mismos gestos y aceptando sin apenas querer las mismas pequeñas ataduras.
Mientras sus pupilas se adaptan a la luz, su mirada recorre cada rincón ajustando el asombro a la exacta medida de tantos colores nacientes y los hechizos ocultos de tantas formas geométricamente descubiertas. Mirada de luz, mirada de asombro, mirada de silencio; sincera plenitud en un minuto mágico que vuela.
María se remonta etérea a seis meses atrás, y a dos años, y a cinco, y algunas decenas de años más. La película recoge muchas escenas a cual más personal, a cual más nítida en el sentimiento. De la María ilusionada, la más cercana, la mente se le escapa a la María esperanzada, la María huidiza, y aun se reconoce en la María activistamente negativa. Esa frase escueta: “El agua no es para mí”, que resumió siempre en un trazo su filosofía, convirtió en total desafío su corolario: “No os empeñéis, nunca conseguiréis que nade”. Pero la suficiencia, por muy altas que sean las cotas alcanzadas, es apenas una cuestión de avisos y de tiempos. La conversión no es un hecho imposible y, aunque parece desafiar a la cadencia de la vida, es inequívocamente admisible y mucho más perdurable que la inocencia.
La llamada a la piscina para el grupo es para María una vuelta a la realidad. En pocos minutos ha dejado su tranquilo mirador por el acostumbrado uniforme húmedo que, una vez completado con las gafas de bucear y el tubo, alejan su figura de la sirena madurita y la convierten en un personaje más de “Notting Hill”.
¡Qué grande la fiesta!
Los ejercicios de trabajo de espalda se suceden en un programa coordinado de idas y venidas con sus compañeros de calle. Poco se sale de la norma diaria, apenas la sensación de desusada nitidez en la visión que convierten sus acostumbradas esperas en la calle en oportunidades de adelantamiento. Miopía, cristales empañados y algunas vías no siempre controladas de agua han convertido siempre las gafas en un pequeño instrumento de tortura, pero algo es hoy diferente. A la asombrosa luminosidad del entorno se suma una inusitada claridad bajo el agua y consigue percibir, por vez primera, ese desconocido límite frontal que denuncia el fin de los 25 metros.
¡Qué grande la fiesta! La estela burbujeante de su predecesor permite a María vivir las sensaciones con emoción plena. Y se evade, y su mente se escapa ilusionada a revivir la última asamblea del movimiento 15M y repasar uno a uno los motivos hasta convertir cada brazada en un “sí”: un sí rotundo a listas abiertas en las elecciones, un sí a políticos corruptos fuera, un sí a hacer frente a tantos bancos apalancados en la usura, un sí a reformar esta justicia machista y decimonónica, un sí a que podemos hacer mucho para cambiar esta sociedad. Todo un crisol de conclusiones surgidas de apenas unos cuantos lux de más y unos minutos jugando en ellos.
La propia rutina, que nada tiene de innovación y mucho de paciencia, coloca involuntariamente a María en la pista adecuada. Al poner en agua el bañador y el resto de su festivo atuendo, recuerda el consejo de su compañera de piscina y sonríe agradecida: “Lava las gafas con Fairy y verás qué diferencia”. Y no puede evitar pensar que el mundo tal vez necesite ahora unas cuantas toneladas más de tan eficaz limpiador.
Angeles Jiménez
Publicado por primera vez 12/6/2011