No soy experta en fútbol. Mejor dicho, no soy experta en nada, pero, como tal, intento que mi opinión parta simplemente de la honradez ante los estímulos y que vierta sinceridad a través de la expresión. Me importa, y mucho, que el esfuerzo de la gente se vea compensado al final por un mínimo premio. Quizá mi relación de tantos años con el deporte sea el acicate básico de tal planteamiento, puede que como gratificación lógica de la ilusión empeñada por mí y, en este caso especialmente, por muchas otras.
Sí, he visto los partidos de la selección española femenina de fútbol en el pasado mundial. Por tanto, no hablo por boca u opinión de otros sino por lo que he percibido en directo. Y es por eso que lo que afirmo lo hago con la boca grande: las nuestras jugaron muy bien. La contundencia de la afirmación se apoya también en haber entrevisto y comparado con otros equipos, supuestamente favoritos en la competición, y comprobado cómo el empuje, la posición en el campo y los recursos de lucha y compenetración de las nuestras eran admirables y superiores a los de otras selecciones.
Pero el éxito de resultados no ha acompañado a la generosidad del esfuerzo y eso ha hecho que las jugadoras, como tantas veces ha ocurrido con diferentes temas que afectan de pleno a las mujeres, hayan decidido que su aguante frente a situaciones injustas había pasado el límite de lo soportable. Para desgracia de algunos, la capacidad de análisis es una cualidad con mucho componente XX y escuece mucho cuando se apoya en verdades explícitas. La puesta en evidencia en los medios de comunicación de los fallos organizativos, las discriminaciones y la desidia federativa e institucional hacia el fútbol femenino ha sido una pura y simple medida de autoprotección de cara al futuro. La tradición indica que la docilidad solo conduce a más esclavitud, y de eso ya estamos vacunadas.
Callar y no concluir nada ante la primera participación en un mundial hubiera sido un suicidio colectivo que permitiría que un seleccionador que lleva, ahí es nada, 27 años en el cargo se siguiera permitiendo el incomprensible lujo de continuar con formas decimonónicas de entrenamiento o actitudes como la de no levantarse del banquillo para dar una sola orden durante el juego. Que las jugadoras a las que supuestamente dirigía se estuvieran dejando el alma sin el resultado de goles, a él, por lo visto, le parecía normal. A la postre, la Federación y el CSD callan, y al hacerlo otorgan la razón a un incompetente, porque las féminas, como en tantos otros estamentos, les importan un bledo. Los evidentes fallos en la preparación estratégica del campeonato y la falta de análisis objetivo posterior así lo demuestran.
No puedo imaginar el escándalo nacional si el equipo masculino publicara una carta de este tipo, con la gravedad de su análisis y el nivel deportivo de sus firmantes. Las portadas con las alarmas durarían semanas, los firmantes elevados a los altares por los periodistas y las vestiduras resultarían definitivamente rasgadas tras una retahíla de ceses. Pero eso, descuidad, no ocurre cuando se trata de las mujeres.
Dulces pero no dóciles
Critica la Federación de fútbol que la queja haya sido hecha pública directamente a través de los medios de comunicación. Y a mí esto me recuerda la frase de Hillary Clinton: “A las mujeres se nos dice que participemos pero cuando lo hacemos nos tildan de agresivas”. Al parecer, más de 20 años de quejas e intentos de llamadas de atención en la Federación de fútbol sólo han servido para que quienes presentaban alguna protesta fueran eliminadas en adelante de las llamadas a la selección. Podemos llamarlo represión o más coloquialmente cacicada, el resultado es el mismo.
Resulta hiriente que incluso en situaciones competitivas equilibradas (Open de tenis de Madrid como ejemplo, con unas participantes en el mismo máximo nivel del ranking mundial que los varones) las noticias de cualquier simpleza en un pie masculino ocupen páginas completas y a ellas ni se las nombre. El apoyo al deporte requiere del mismo círculo virtuoso que otras tantas actividades: actuar, comunicar, generar motivación y práctica y, al final, satisfacer. La presencia en los medios de comunicación de los modelos deportivos femeninos de élite resulta esencial para la incorporación de nuevas deportistas a los distintos niveles de práctica. Además, importa y mucho que esas apariciones no sean hechos excepcionales y fugaces, sino que lleven incorporados el barniz de la normalidad.
El deporte en la mujer ha avanzado mucho en los últimos años, o, lo voy a decir de otra manera, la mujer ha dejado de hacer caso a los convencionalismos sociales y las barreras que seguían intentando dejarla de lado en la práctica y la competición deportiva. Y, por cierto, se le está dando muy bien. Pero no resulta fácil que una sociedad focalizada en dar apoyo exclusivamente a los hombres colabore lo más mínimo. No resulta fácil que los éxitos deportivos de las mujeres, individualmente o por equipos, no se tomen como excepción para dejarlos aparcados lejos de los medios y los despachos al día siguiente, eso sí, una vez pasada la foto con los directivos cuando no con los políticos.
Y ante eso sólo cabe la unión de todas y la contundencia en la reclamación y, si puede ser, en la imposición. Si alguien cree que una actitud beligerante así no es posible o efectiva es que no conoce la fuerza de un grupo de mujeres empeñadas en sacar adelante algo. De momento, 11 de las 17 medallas de la última olimpiada de Londres se debieron a las mujeres. Y, lo avisamos, nosotras nunca damos un paso atrás.
Angeles Jiménez
Publicado 1/7/15