De marca, nada de nada

mrcUna de las palabras más repetidas en los últimos tiempos en los medios de comunicación es marca. Se lleva mucho hablar de la repercusión de la marca, el daño a la marca, el apoyo a la marca y hasta de la imagen de marca… Confieso que a veces me sale la palabra por las orejas, y eso es porque martillo, yunque y estribo protestan amargamente de tanto irreverente dispendio sonoro. No puedo evitar pensar lo poco que saben del significado de la palabra quienes tanto la utilizan, tratando de salvaguardar a España de los males implacables que le acechan una vez transformado, el país completo, en una marca. Un axioma lógico: primero, conocer; después, analizar; por último, demostrar el conocimiento real de la causa que se defiende.

Crear una marca requiere tener un concepto genuinamente perfilado detrás. Definir sus aspectos tangibles e intangibles, estudiar y escoger los valores apropiados, contemplar las expectativas que pueden sugerir, consensuar con quienes forman parte de su construcción las realidades posibles y los límites inherentes a sus características y, lo más importante, construir una idea general coherente y, sobre todo, homogénea. El azar no es un amigo fiel en este campo.

No se puede destruir o incluso atacar una marca que nunca se ha creado. Es así de simple. Si alguien se hubiera atrevido a definir como características de la marca España cosas como, pongo por caso, transparencia en la gestión de lo público, democracia participativa, equidad social, economía dirigida al bien común, educación para la salud, promoción de la actividad física y el deporte, preservación de la naturaleza, igualdad de derechos y obligaciones en la educación, apoyo a una agricultura y pesca sostenibles, liderazgo en investigación y desarrollo o protección de la cultura, entonces y solo entonces podría sentirse defraudado.

Será por esa incongruencia que los pequeños huesecillos de mi oído protestan al escuchar tantas tonterías. Y es que seguramente con este pequeño acto de lealtad no hacen sino proteger a mis neuronas de agresiones de mayor calado.

 

Lo que hay

Recorrer las páginas de los periódicos o escuchar las noticias en los medios renueva día tras día mi perplejidad. Hay temas mayores como la ley electoral, que tanto castiga a las minorías, que podrían ser mayorías en términos cuantitativos; la obstinación en salvaguardar los oscurantismos de las contrataciones públicas o de estamentos como la Corona; la inexplicable ocultación de las declaraciones del presidente del BCE y la falacia de las comisiones de investigación en el Congreso; y la estafa de las preferentes o el abuso, recriminado por la propia Unión Europea, de la Ley Hipotecaria.

Hay otros temas que responden a motivos de ideología económica como la perversión de la nueva Ley de Costas, el continuo empeño en dificultar el empleo para bajar los salarios, el recorte en las prestaciones sociales y en educación o la reconocida incapacidad para administrar la sanidad pública (que no la privada). Muchos otros revelan sin más una miopía inaceptable en quienes se postulan para gestionar lo público como el acoso a las energías limpias (con evidente trasfondo de intereses económicos de los lobbies energéticos), la destrucción del tejido empresarial, el maltrato al medio ambiente, el éxodo de toda una generación de jóvenes extraordinariamente formados, la imposibilidad de generar I + D + i (porque, no nos equivoquemos, ese dinero está destinado a pagar a tantísimos cargos de confianza) o los recortes a federaciones deportivas y deportistas de cualquier nivel, hecho que hará de nuestro deporte otro erial más.

Y, para no alargarlo más, diría que hay cosas que simplemente producen vergüenza como el maltrato a los animales en tantas fiestas populares, el nombramiento del ministro de economía como el peor de Europa (por ellos mismos), el nulo dominio del inglés de nuestros políticos y hasta los horribles uniformes con que los gestores deportivos, los que tanto empeño ponían en defenderlos y lucirlos por cierto, dotaron a nuestros magníficos deportistas olímpicos.

Es decir que, de marca, nada de nada.

Ángeles Jiménez

Publicado 13/4/2013

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