Estas humildes amigas crecen cada año al amparo del suave despertar primaveral del Mediterráneo. Las tierras malagueñas que se asoman discretamente al mar se embelesan cada marzo y abril en una explosión tempranamente irreductible de formas y colores que se prolonga en algunos casos varios meses más.
Romeros, genistas y buganvillas multiplican su presencia por igual al llegar la estación. La rudeza del monte favorece a las centaureas, en la templanza del mar los hibiscos permanecen durante meses floridos y vistosamente enamorados.
Ninguna planta, ninguna de sus flores deja de ser exquisita y genuina en su estar silente y armonioso. Son pequeñas notas que enamoran al pasar; bellezas sencillas que, sin necesidad de reclamar la mirada, engalanan y describen la primavera con la elocuencia del mejor de los guiones.
Angeles Jiménez
Publicado por primera vez diciembre 2011










