Femenino, y en plural

CAA30x15fmn  Decía Indira Gandhi, en la entrevista que más de 40 años atrás le hizo Oriana Fallaci: “En el mundo occidental, las mujeres no tienen otra elección que la de exagerar” (Entrevista con la historia, 1976). Así que procedamos con ello y pongamos el grito en el cielo. No sólo es bueno hacerlo, es decididamente justo reclamar que las circunstancias ponen muy cuesta arriba la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, antes por unos motivos bastantes primitivos y ahora por esos y otros tantos reconvertidos.

La realidad es que las mujeres tenemos muchos datos en contra y casi todos en franco empeoramiento. Basta con citar algunos globales: la tasa de empleo femenino por debajo de la masculina (24,7% vs 22,8%, EPA de 2014), menos de salario que los hombres (22,5% en España -82 días de trabajo- y 16,2% en Europa, según Eurostat), mayor ocupación femenina a tiempo parcial (31,9% frente al 8,4%, en la UE) y un largo etcétera de desigualdades.

Pero como de todo esto se ha escrito hasta la saciedad estos días cercanos al Día de la Mujer Trabajadora, creo que es más útil ser políticamente incorrecta y buscarle las vueltas a las limitaciones que nosotras mismas nos imponemos, a ver si con ello espabilamos.

 

“No seas tan humilde, no eres tan grande”

(Golda Meier)

Hace pocos días la presidenta de la Comisión Nacional del Mercado de Valores puso en bandeja a la prensa un titular al que sólo cabe calificar de extraordinaria ocurrencia: “A los Consejos de Administración se llega por carrera, no por ser mujer”. Digo ocurrencia, por llamarlo de algún modo, porque me parece una perversión vocear la objetividad en las designaciones del empleo directivo, cuando en realidad todos sabemos que la bendición ejecutiva procede sistemáticamente del dedo de los amigotes.

Tampoco quiero dejar de remarcar la incongruencia que encierra la afirmación respecto de ella misma, designada digitalmente, un método, como todos sabemos, de amplia racionalidad y consolidada sistemática. Así que demos muchas gracias a esta mujer insigne por apoyar con tan sabias palabras nuestra justa lucha por acceder a los puestos directivos.

 

“Para escapar del infierno lo más ingenioso es aprovechar las escaleras que, sin darse cuenta, nos está ofreciendo el propio diablo”

(Carmen Martín Gaite, Lo raro es vivir, 1996)

La reciente sucesión en la presidencia de uno de los primeros bancos del país no dejó indiferentes a los que tanto se alarman con el acceso de las mujeres a las direcciones de cualquier tipo. Muchos titulares en los medios recelaban bien a las claras de la valía e idoneidad de la mujer designada, mujer, por cierto, con un curriculum profesional como para dejar sentado al listillo más listillo de cuantos varones se hayan cruzado en su camino.

Quiero pensar que la discreción con la que ella parece que pasó por encima de las dudas manifestadas por unos y unas no tuvo que ver con la inmediata destitución de unos cuantos varones de sus consolidadas hidalguías. Esperemos que esta presidencia femenina permita más oportunidades de ascenso a las mujeres y esperemos también que los medios de comunicación, mujeres periodistas incluidas, aporten sus plumas bien dispuestas a reflejar el cambio de talante y el futuro exitoso de la organización que preside.

 

“Habla con suavidad, pero lleva un gran palo y llegarás lejos”

(Theodore Roosevelt)

Allá en el lejanísimo 2003 (¡anda que no ha cambiado el mundo desde entonces!), Linda Babcock y Sara Laschever eligieron para su libro un título más que esclarecedor: “Las mujeres no se atreven a pedir” (Women don’t ask, en su denominación original). Lo que se demostraba en sus páginas, y a través de numerosos estudios propios y ajenos, era la multiplicidad de factores externos e internos que condicionan “la sensación de la mujer de que tiene derecho a algo” y que terminan por limitar enormemente las legítimas demandas. Al principio sorprendía saber que el salario que las mujeres consideraban justo era siempre inferior al que pedían los hombres o que los recién graduados varones solicitaban compensaciones muy por encima de las mujeres, aún a sabiendas de su absoluta inexperiencia laboral.

Por desgracia, estudios parecidos y otros más recientes siguen confirmando las mismas conclusiones. Está claro que saber, desde hace tiempo, que ocurre esto no nos ha ayudado a eliminar estas autolimitaciones que tanto interfieren en nuestras aspiraciones laborales, sociales e incluso personales.

 

“Hay que procurar no equivocarse, y el secreto está en no ir muy deprisa”

(Marie Curie)

Recientemente han sido noticia datos del informe PISA de 2003 y 2012 que indican que, a pesar de que las notas globales de las chicas sean siempre mejores, los chicos tienen mejor puntuación en matemáticas (y ellas en lectura, conste). No es extraño que la OCDE intente encontrar una “causa” y una “vía de arreglo” a tamaña laguna calculadora, no en vano es una organización con criterios puramente economicistas y muy interesada en influir en la educación. Será precisamente por estas razones que quizá les falte, precisamente, lo que parece sobrarles a las mujeres: los conocimientos científicos de las bases anatómicas, fisiológicas y de comunicación que diferencian a ambos sexos, y la visión global para tomar los datos como una herramienta más de análisis y no como una punta de lanza que permite menospreciar las capacidades femeninas.

Hay una amplísima bibliográfica que refrenda la existencia de diferencias entre sexos y que para nada sostiene la inferioridad de unas/unos ante los otros. Sin embargo sí han sido las supuestas y extraordinariamente bien pagadas cabezas económicas y financieras, aplastantemente masculinas, las que han sumido al mundo en una crisis global, que algunos (varones sin excepción) han justificado como un simple error en una hoja de cálculo.

Sería inteligente que las mujeres reivindicáramos una y mil veces el carácter sexista del origen y mantenimiento de la crisis y apuntáramos frecuentemente el “pequeño detalle” de que, como está bien demostrado, las empresas dirigidas por mujeres asumen menos riesgos y son más rentables que las dirigidas por hombres.

 

No creo que nadie sea capaz de aguantar cada día el trabajo si no sueña

(María Peláez, Campeona de Europa de Natación, 1997).

Las mujeres hemos avanzado mucho en derechos y responsabilidades en los últimos 100 años. Pero todo lo conseguido ha necesitado lucha e inconformidad con unas realidades que, en muchas ocasiones, mantenemos boicoteando a nuestro propio género. ¿Por qué somos más exigentes con empleadas que con sus compañeros? ¿Por qué más críticas con su forma de gestionar, de compaginar su vida personal y profesional o de aparecer y expresarse en público? ¿Por qué nos ayudamos tan poquito en el acceso a puestos y otras oportunidades de progresión, en comparación a cómo lo hacen ellos? ¿Por qué somos las primeras en criticar la ambición profesional de una mujer mientras nos parece natural la de los hombres?

No se trata de pasar por alto las cosas que consideremos mal hechas o evidentes faltas del nivel profesional requerido, sea hombre o mujer. Se trata de, por ejemplo, no dejar de apoyar una reivindicación de acoso laboral por el hecho de que “ese-a-quien-se-acusa-es-de-los-míos”, o aceptar de buen grado que sea un varón quién ocupe la primera aposición de una lista electoral porque “por algún sitio hay que empezar”.

Si cada día se asoman más mujeres a los puestos de responsabilidad de organizaciones de todo tipo, incluidas las políticas, soñemos con conseguir objetivos lejanos pero no tiremos, nosotras mismas, piedras contra el tejado femenino, que ya bastante nos tiran otros.

 

Angeles Jiménez

Publicado 16/03/2015

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