Las manzanas, mejor de reineta

Asomarse a la incógnita de las querencias es querer destapar la sinrazón de un reflejo en aguas traslúcidas. No sé, a priori, qué son en realidad, pero indagar en el conocimiento real y figurado de ellas, en la luz que las encamina y la sombra que las ralentiza, me atrae desde hace tiempo.

CAA30x15qrcMi padre, ese analizador innato de los detalles escrutables de la vida, lo explicaba con un ejemplo muy sencillo. Decía él que algunas personas se comportaban “como las yeguas de la finca, que las sacabas por una punta del terreno y a poco las encontrabas entrando, ellas solas, por la otra”. Preciosa simplicidad de apego genuino, y dramaturgia perfecta para hacer comprender a casi todos lo comunal y coherente de las querencias.

Para ratificar tan sencilla explicación recurro al Diccionario de la Lengua y la Academia no me falla. “Querencia es la inclinación de los animales por volver al sitio donde se han criado”, pero, además, lo amplía definiéndolo también como la “tendencia natural de un ser animado hacia algo”. Y en ello entramos también, y salto muchas etapas a un tiempo, los humanos, y me pregunto qué tienen en común esas imperativas llamadas para constituirse en núcleo indestructible de nuestra personalidad.

Bajo el prisma complejo de la no explicación racional encuentro fascinante hacer una búsqueda inclusiva de las querencias propias. Quizá sea eso lo que algunos recomiendan como “conócete a ti mismo” y otros explican sencillamente como la afición irremediable por el chocolate. Entre ambas posiciones hay un abismo y lo sé. Me pregunto y no acierto a encontrar las respuestas si todas las querencias son irrevocables, si algunas se aprenden, si todas son matizables con las buenas o malas experiencias, o si compartirlas es un hecho real o una mera suposición ilusoria.

 

Simples y absolutas

La querencia es pura simplicidad. Nos resulta increíblemente asequible acceder al conocimiento, la habilidad, la persistencia, la admiración y tantos quiebros como sean precisos de culminación si una tendencia innata nos empuja. La llamada tiene incluidos, a partes iguales y profundamente anclados, la fuerza de la inercia y el empuje del magnetismo. Ignoro qué tienen de interés las mitocondrias o el tejido muscular que no lo tengan el dodecaedro o las derivadas para atraer selectivamente a algunos; me sigo preguntando qué obsesiona por la fotografía y no aporta motivación ni curiosidad por el video; o qué misterio oculto reúne una manzana de reineta frente a sus primas aparentemente isomorfas y tan abundantes en la Naturaleza.

No es difícil encontrar querencias como esas en todos nosotros. A veces ni llegan a llamar nuestra atención precisamente por su sencillez y su constancia pero siguen dentro del misterio tenaz que alberga este cerebro irracional, tan aparentemente caprichoso y recóndito, que se apodera de nuestras acciones una y otra vez.

Presumo que, en definitiva, estamos constituidos por un sumatorio de querencias profundamente ancladas que definen una y otra vez nuestra trayectoria, como un péndulo finito que, aun respondiendo a efectos resonantes, vuelve indefectiblemente a la relativa comodidad del punto central. Seguramente hay querencias personales y querencias personales que se realizan a través de lo colectivo. Y es fácil entender que haya algunas particulares que no quepan entre las colectivas porque superan los límites de la libertad y los derechos de los demás. Aun así algunos persisten en la tendencia de satisfacerlas a pesar y contra el derecho común, pero esto es otra historia.

Como no estoy segura de nada me surgen muchas preguntas. Algunas tan inocentes como no saber si pueden despertarse querencias nuevas a través de la educación y la cultura. Lo lógico sería pensar que cada descubrimiento de lo que nos rodea es una oportunidad para descubrir nuevas querencias. Despertar a nuevas sensaciones es una forma de descubrir emociones y algunas tan profundamente irracionales e inexplicables como la propia singularidad de los afectos que nos empujan hacia ellas, pero no tengo seguridad sobre si llegamos a ello condicionados ya por las llamadas interiores, querencias, que intuitivamente nos guían.

Quizá debería dejar espacio a que haya una explicación científica a cada querencia, que algún día se demuestre que las atracciones provienen de aquello que nos diferencia celularmente de quienes nos rodean (no por cierto como esas explicaciones ramplonas de dar a los genes valor de razón directa e inamovible en la conducta). Pero sé que en el fondo no quiero llegar a saber más. Prefiero la incógnita injustificable a la frialdad del dato. En definitiva y sin duda alguna, prefiero saborear una manzana de reineta a una descripción exhaustiva sobre las bondades de su código genético. ¿Ustedes gustan?

 

Angeles Jiménez

Publicado 21/01/2015

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