No recordaré los días de tantos aburridos libros y múltiples pantallas de ordenador, ni recordaré el gris de los amaneceres ni los aún más grises atardeceres. No recordaré esas penumbras que, creciendo poco a poco, llegaban a transformarse en sombras sin apenas dejar paso a las medias luces en la exactitud quebradiza del silencio invernal. No recordaré la quietud de tres hojas de olivo cayendo en simetría, ni el esbozo en paralelo de su envés instaurándose en la noche o preparándose a recibir, uno tras otro, los nuevos días.
No lo intento, ni atreverme podría aunque pasaran muchos siglos, incluso si tendieran a infinito no distinguiría en la memoria una hora de otra, ni podría diferenciar tampoco un segundo caduco de otro de este invierno repetido. No podría rememorar ninguno de esos miles de tic-tac que marcharon al unísono en decenas de manecillas deslizantes y que apenas acertaron a despertar un eco sordo en el cálculo y la suma.
Pero sí recordaré la luz amigablemente incipiente que alegra por fin la tarde, las sombras alargadas que se jalean entre sí ansiosas de expresar y permanecer, de inculcar un soplo de infinitud a este largo instante del todo memorable. Recordaré la blanca reverberación de la pared austera y enhebrada en cristal desnudo y enrejados salientes que jalonan de blanco, verde, negro, ocre o sempiterno marrón el discurrir monótono de mi autobús.
Recordaré los jazmines y las madreselvas frunciendo la historia de otras rejas, de añejas circunstancias, que no son ya sino blancos tiznados, verdes acipresados, ocres disimulados o marrones que, por fin, tienden al negro.
Recordaré los pasos firmes de aquel corredor de pantalón rojo, y de aquella otra joven de camisa blanca y disimulado pasar, y quizá hasta los de aquel madurito que apenas consigue levantar las zapatillas del asfalto. Recordaré también su esfuerzo y su cadencia, recordaré la persecución urgente de sus sombras, matizadas entre otras decenas de sombras constantemente reinventadas.
Recordaré a ese perro fiel que corre absorto en el devenir ciego que le impone su amo, mientras se cruza con pistas de otros y las abandona, como empeñado en no ser nada a cambio de ser fiel a ese amo indiferente que le guía en su esfuerzo.
Recordaré mucha piel adolescente y mucho metros de tumbonas expuestas a la hora más tibia y esparcidas entre un ir y venir de arena suave y olas moribundas. Recordaré el mar que se extiende plácido y armonioso con apenas el testimonio de tres lejanos navíos que recortan con su línea imponente el horizonte. Recordaré también, con la curiosidad del ignorante, sus puntos de referencia, su norte-sur, este-oeste y medio oeste-medio este, apenas los polos en giro permanente de la vida.
Recordaré esta tarde, esta luz, estos guiños de primavera en el atardecer de un abril en ciernes, que, de tanta juventud, casi consigue que descumpla años.
Angeles Jiménez
Publicado por primera vez 12/4/2011