Marruecos, abanico de sensaciones (2)

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La mirada discreta

Tiendas diminutas sobresalen abarrotadas como una orquesta polifónica pero esta vez de colores y formas sextuplicadas. Se repiten y repiten el mostrador frontal, el vendedor parapetado, los embalajes plásticos y las entrañas sobrecargadas. En esta exposición continua, la luz mortecina se embebe de sombras masculinas, guarnecidas desde tiempo inmemorial tras chilabas de tonos neutros y capuchas volcadas en adelanto escénico de la frialdad de la noche. Aun al amparo del interior del automóvil, deseo que un no-sé-qué misterioso me envuelva y me oculte a la pregunta de tantas miradas.

El amanecer guarda poco en la memoria. Cada día, la puerta que alguien cruza precisa que las sombras encontradas renueven su compromiso de búsqueda constante de nuevas alternativas. Se hacen visibles las múltiples formas que permiten ganar el sustento y, de paso, escribir con paciencia cada una de las vidas. Admiro la simplicidad barroca de comerciantes y mecánicos, tan explícitas y manifiestas como atractivas y genuinas. Asimilo sus formas al país de otra época que fuimos y me enredo en su sencillez.

Recojo la firmeza de las miradas de los niños y entreveo la fuerza que la lejanía de las escuelas les exige. Aventuro mochilas semivacías de propiedades y rebosantes de timidez y coraje. Enriquecen mis sensaciones la profusión de escolares y la repetición de escuelas en cada pueblo, en cada límite habitado sea cual sea su ubicación. Y si la cantidad invita a la esperanza, en el matiz sagaz de su aquiescencia a nuestro paso, adivino en esos niños la certeza de un futuro más acorde a sus sueños y el adelanto cultural inmediato en quinientos años, al seguro amparo de las cada vez más extendidas pantallas parabólicas y el acceso a Internet.

(sigue)

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